sábado, 22 de junio de 2013

RELATO DE UN TESTIGO.

RELATO DE UN TESTIGO
Tenía a Trujillo en el baúl...pero no lo sabía
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Juan Eduardo Thomas

Mirito apresuró la marcha hasta aparcarse frente a la clínica Internacional. Ayudó a desmontar al herido para llevarlo al segundo piso del centro médico y, cuando retornó al primer nivel, buscando quien recibiera las pertenencias de Pedro Livio Cedeño, se encontró solo, sin los hombres que minutos antes le habían acompañado.
Algo pasaba, se dijo para sí, por el aspecto del vehículo estacionado con prisa en la casa de su patrón, Juan Tomas Día. La época en la que vivía, y las caras de los hombres que recién habían llegado a la residencia donde trabajaba, le indicaron que era mejor no preguntar.
Su sorpresa, tiempo después, fue enterarse de que en el baúl del auto del cual desmontó a Cedeño, para pasarlo a un Opel Caravan y llevarlo a curar, estaba el cadáver del hombre que había ordenado el mismo final para millares de dominicanos y extranjeros .
Esa noche, relata, no se enteró del ajusticiamiento del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, ni de que, a quienes consideraba como parte de la familia del sátrapa eran los responsables de las ráfagas que acabaron con 31 años de régimen despótico.
Ubencio Solano Toledo, “Mirito”, el chofer de Juan Tomas Díaz que llevó a Pedro Livio Cedeño a la clínica Internacional, recrea los tensos minutos del martes 30 de mayo que cambiaron la dirección de su país. Este hombre, que el primer día de junio cumplió 80 años, sabe que dos hombres perdieron la vida cuando agentes de la dictadura los confundieron con él.
Quienes llegaron a la casa de su patrón estuvieron hablando para llevar a Pedro Livio al hospital.
“Pero uno dijo, ¿tú te recuerdas el acuerdo que hicimos? Ellos tenían un acuerdo que era… no era muy fácil”, recae Mirito. Entonces fue cuando los doctores Bienvenido García Vásquez y el doctor Vélez Santana propusieron llevar al herido a la clínica.
Decidieron llevarlo. “Antonio de la Maza llegó y llamó a Román Pupo´. Aló, ¿Pupo? Ponme a Pupo. Cuando coge el teléfono dice: ¿Pupo? Si, el chivo está listo.
Y después se cansó de decir aló, aló, aló, parece que se le fue el habla cuando le dijo que el chivo estaba listo. Parece que se sorprendió porque él no esperaba esa sorpresa”, revela Mirito .
Minutos antes de que llegara el vehículo de Antonio de la Maza, donde estaba el cadáver del dictador, Eduardo Díaz, hijo de Juan Tomás, recuerda haber sido despertado por su madre con la indicación de que debían marchar.
Ya despierto notó un movimiento poco habitual con la entrada de Luis Amiama Tío. De repente, cuenta, ve a Salvador Estrella Sadhala entrar, “salpicadito de sangre.
Yo le digo: oh! tío Salvador, ¿por qué está salpicado de sangre? Y él me dice: No, es que yo acabo de llegar de la gallera” .
Recuerda que se fueron a pie a una casa en la Leopoldo Navarro, frente a la embajada de Estados Unidos, un poco más abajo. Como vivían en la Cesar Nicolás Penson 63 se fueron caminando. Mientras lo hacían volvió atrás y observó un auto entrar por la calle Moisés García a su casa, supone que era el carro donde llegaba el cadáver de Trujillo.
Lo dejaron solo Mirito volvió a 
la clínica y tomó el teléfono. Llamó a la casa de Juan Tomás Díaz. Le contestó Antonio de la Maza, quien al escuchar su queja de que lo habían dejado en el lugar le ordenó que volviera a pie. Se trataba de un par de
esquinas.
Poquito después de estar en la casa recuerda que llegó Juan Tomás Díaz. Su patrón le indicó que saldrían. “Antonio de la Maza se quedó sentado en un banquito de cemento, bajo un árbol de nísperos” .
No lo vio más.
Con Juan Tomás, cuenta, tomó la calle César Nicolás Penson, bajaron al Sur por la Leopoldo Navarro. Llegaron donde Luis Amiama Tío, que vivía cerca de la Universidad. Cuando iban por la Caonabo salía el vehículo de Pedrito Trujillo, un jeep, que estuvo a punto de envestirlos. “Modesto y Juan Tomás confirmaron que era Pedrito”, ambos le acompañaban.
Llegaron a una segunda planta donde vivía Luis Amiama. Él los esperó en el vehículo. Volvieron y enfilaron nueva vez a la Leopoldo.
“De ahí él me dejó el carro ahí, y se fueron en un carrito Versalles, con un hijo de Modesto Díaz, que le llamaban Danilo Díaz. De ahí yo no los volví a ver más” .
El Servicio de Inteligencia Militar ya estaba enterado de lo que había sucedido. Empezaron las requisas en las calles, los “cepillos” de la Policía estaban que pitaban por las calles de la ciudad.
La información de un herido de bala en la clínica Internacional estaba en manos de la dictadura.
Y de hecho, cuenta Luisa de Peña, directora del hoy Museo de la Resistencia Anti-trujillista, la identidad de los conjurados se conoció a escasas horas del acontecimiento.
Su destino estaba marcado. El historiador José Miguel Soto Jiménez cuenta en una publicación para este diario que doña Olga, esposa de Pedro Livio Cedeño, llegó a la clínica y fue “maltratada en el interrogatorio, a pesar de estar embarazada. Y el supuesto chofer de Pedro Livio, que bien pudo ser el “Mirito” chofer de Juan Tomás, que afirmaba y reiteraba no saber nada, fue obligado a escribir una nota suicida que se le colocó en un bolsillo de su pantalón y fue ahorcado en el patio de la clínica” .
En la mañana del 31 de mayo fue a la calle Moca con 20, al Norte de la ciudad, a una estación de combustible.
“Andaba en un Buick negro, propiedad de Juan Tomás” .
Recuerda que le quitó la placa al auto, la puso en el baúl, lo cerró y lo abandonó.
Franklin, hijo de Modesto Díaz, fue a recogerlo en un carrito Mercedes Benz. Se marcharon.
“Franklin se quedó en la George Washington, luego cayó preso”, dice. Él siguió en el carro para llevarlo a la casa de Pagán Pina, “Papucho”, donde lo dejó. Allí le ofrecieron dormir para que descansara.
Lo llamaron a mediodía para que fuera a comer. “Ahí mismo llegaron tres del SIM, tocando la puerta” .
Él no contestó. Encima cargaba la llave del garaje de la casa de Juan Tomás Díaz, de los carros de Antonio de la Maza y de Juan Tomás Díaz. No estuviera vivo ahora, dice, de haber respondido al toque.
“Preguntaron por el señor de la casa”, recuerda al contar que se quedó acostado, inmovilizado.
Pina se puso la camisa y se lo llevaron.
Dentro de media hora, le pronosticó a la esposa de Papucho, llegarían nuevos agentes y se llevarían todo lo que encontraran. Se fue.
Cuenta haber llegado donde una tía, que empezó a temblar solo de verlo. Supo que tenía que irse para “no matar antes de tiempo a su familiar” .
Recuerda haber llegado al Mercado Modelo y abordar un carro.
En el kilómetro 12 de Haina había un fuerte registro militar. Decidió elegir al militar más bruto, por su cara, para que le requisara.
“El que sea más feo, ese es el más bruto”, se dijo. Le pasó la cédula al revés y al parecer acertó. Le dieron el pase.
Cuando al tiempo volvió a ver a doña Chana Díaz, ella le dijo que no saliera a la ciudad, que la situación era difícil.
“Se encuevó” en Mata Palomas, una alejada comunidad de Haina, atendiendo a la petición.
En aquella “cueva” vive Mirito por estos días.
PENSIÓN, UNA PROMESA Y LA “CUEVA” DE MIRITO.
Eduardo Díaz contó a LISTÍN DIARIO que su papá le mandó a decir a don Aquiles Mejía, que él sabía que la casa donde vivía le pertenecía, y que estaba dispuesto a regresársela. Cuando la familia Mejía volvió, la madre de Eduardo se la entregó, asegura. La viuda de don Aquiles demolió la vivienda, incluyendo el garaje donde había estado el cuerpo de Trujillo. Luisa de Peña, directora del Museo la Resistencia, cuenta que la viuda, que vivía en Venezuela, de donde era oriunda, quería vender la casa y le dijeron que era más fácil destruirla para vender como solar. “Y ella la mandó a tumbar”. No se ha construido nada en el lugar. El solar tiene una extensión de 1,721 metros cuadrados y es vendido por una compañía inmobiliaria a 900 dólares el metro cuadrado. La pensión de 5 mil y tantos pesos que recibía Mirito de la Caja de Pensiones de los Choferes le fue retirada en 2010. Vive con la promesa de la reposición.


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