Llegada la noche de aquel 2 de mayo de 1861, el
Coronel Contreras hace una inspección final y acto seguido ordena iniciar la
marcha. Subido en su caballo, sable al cinto, bridas del caballo en mano
izquierda y rifle a la derecha, el coronel acompañado de sus seguidores, cruza
el río, irrumpe en la oscuridad de la noche de la villa de Moca, atraviesa Juan
Lopito, sube por los empinados accesos a la Plaza de Armas y ya colocado frente
a esta grita a sus seguidores: ¡Viva la República! Con este grito se inicia el
ataque a la indicada plaza, bastión militar en la ciudad del gobierno
colonialista español.
Sobre uno de sus caballos, el "pardo
andador", el "melado andador" o el "bayo de trote y
andadura" el bravo coronel José Contreras traspasó la puerta de la
historia. marcó de manera diferente el día en el calendario, poniendo luz y
sembrando esperanzas en el oscurecido camino de la nación de aquellos días.
Le cabe al Coronel Contreras y a sus acompañantes
aquel día la gloria sellada con sangre, de ser de los primeros en la lucha por
la Restauración. Grande debió ser su pecho para contener los sacudimientos de
aquel corazón agigantado. Y mucho debió ser su amor por la libertad y la patria
para pretender que con la sola compañía de aquel reducido grupo de campesinos y
labradores armar una empresa tan gigante y digna. Se aposentaba en sus ánimos
el decoro de muchos hombres como decía el magnífico cubano aquel.
Se ha dicho
y repetido de manera irracional e ilógica, absurda, que el Coronel Contreras
estaba ciego y que era un hombre viejo al momento de aquel acontecimiento.
Al parecer, el primero en afirmar que el Coronel
Contreras estaba ciego antes de emprender esa acción es Gregorio Luperón en sus
conocidas Notas Autobiográficas y Apuntes Históricos. Después de Luperón,
repitieron el absurdo P. M. Archambault y lo mismo han hecho varios afamados
historiadores dominicanos en diferentes ocasiones sin detenerse a pensar en lo
que repetían.
La atribuida ceguera y supuesta vejez y hasta falta de
salud de Contreras ayuda a la fabulación y a engrandecer o construir un mito de
leyenda pero hace mal ante que bien, pues lo debilita como hecho histórico
haciéndolo vulnerable, frágil e insostenible por las condiciones en que supuestamente
se produjo.
El hecho del
2 de mayo de 1861 es demasiado vigoroso y real y por lo tanto no necesita de
adornos que más bien dañan antes que ayudar.
De la supuesta ceguera no se habla en el Testamento
que se redactó en la cárcel horas antes de ser llevado al patíbulo y en el cual
se enumeran sus bienes, sus deudas y acreencias y se dispone de lo que queda.
Tampoco en el Acta Condenatoria del juicio sumario que se efectuó la noche del
dieciocho, amanecer diecinueve de mayo.
En todo caso, no porque en estos
documentos no se mencionen su supuesta ceguera es que se prueba la inexistencia
de esa condición o discapacidad. Una revisión de los hechos y reflexión sobre
las condiciones en que se produjo ese intento restaurador sugieren plenamente
que el Coronel José Contreras no podía estar casi ciego ni ciego en su
totalidad. Una persona privada de la visión o muy disminuida de ella estaría
incapacitada para encabezar físicamente un grupo de hombres armados al asalto a
una plaza militar.
¿Cómo podría un no vidente dirigir 60 ó 70 hombres
armados de cuchillos, machetes, sables, revólveres, rústicos fusiles en asalto
a una plaza militar? ¿Qué objetivos o blancos observa e identifica como tales?
¿A quién le puede disparar, contra quién puede usar un
arma blanca, en qué dirección se mueve o avanza, qué dominio visual
(imprescindible en la ocasión) puede tener para dirigir a unos y atacar a otros
una persona sin visión?
Por más valor y sabiduría que así se tuviese, en
semejantes condiciones serían inútiles y una baja segura. Más que conveniencia,
un ciego en esas condiciones resultaría un estorbo.
El perfil o la imagen del Coronel Contreras
consecuentes con la diversidad de actividades económicas que realizaba y su
laboriosidad comercial y agrícola hacen suponer o sugieren una persona afanosa
e inquieta y muy alejada del recogimiento y limitaciones que obligatoriamente
impone en la mayoría de los casos a una persona ciega. De la lectura de su
Testamento emerge un hombre de muy intensa actividad comercial en pequeña y medianos
montos y de relaciones de comercio muy dinámicas.
El Coronel
José Contreras tampoco era un hombre viejo.
En el
Testamento dictado por él a quien hizo las veces de escribano se afirma que
tenía 35 años o más. En el Acta Condenatoria aparece el dato de que tenía 38
años. Asumo como irrelevante la diferencia entre los 35 ó más y los 38.
En todo
caso esa no era ni es la edad de un hombre viejo. De sus acompañantes aquella
noche, la ya citada Acta recoge las edades de la mayoría de los condenados,
entre ellos había dos de más de 40 años y otros dos por encima de 50. El
comandante José María Rodríguez uno de los principales responsables de ese
asalto y fusilado al igual que Contreras y junto a él, tenía 66 años de edad.
Estos dos documentos son los poquísimos o únicos conocidos hasta ahora y que
por su naturaleza poseen una confiabilidad de primer orden.
José Contreras no se hizo coronel para atribuirse una
condición jerárquica de mando frente a los que les acompañaban aquel 2 de mayo.
El era Coronel de caballería en rehúso de las guardias nacionales como se
admite en el Acta de Sentencia Condenatoria redactada por sus verdugos pues
había alcanzado ese grado por su participación activa y de mando en las
batallas por la independencia nacional frente a la ocupación haitiana. A
Coronel no llegaban los cobardes ni timoratos, sobre todo si su condición
social y económica era baja. Fue el valor y el coraje exhibidos por Contreras
que actuaban como resortes para subir en la cadena de mandos.
El Coronel José Contreras voluntariamente orquestó una
empresa dignísima y llena de peligros, donde la apuesta mayor en caso de
pérdida significaba la entrega de su vida. El sabía de qué se trataba y en qué
se involucraba. No podría imaginarme el asomo de una lágrima en su rostro al
momento de estar en el paredón donde le fusilaron. Ni siquiera por probidad.
Arriesgaba además, una vida familiar y los modestos
bienes que poseía los que con su trabajo constituían una fuente estable y
segura para una vida sin sobresaltos en una sociedad rural como la de ese
momento y donde las necesidades fundamentales a satisfacer eran primarias y
básicas. En él pudo más la patria que cualquier otra cosa.
La llevaba
sembrada en su corazón.
En su
Testamento redactado momentos antes de ser llevado al patíbulo puede verse su
ánimo; "Deseando vivir y hallándome dispuesto a ir al patíbulo".
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