¡Inmóvil y solitario
me encuentro encerrado entre
estos hierros fríos;
asi espero la noche que se aproxima, es mi primera noche y
confieso que ya siento la soledad clavándome la piel.
A poco la veo llegar, desde entonces la angustia se vuelve mas
angustiante y presiento como si ella se fuera adentrando entre mi
carne, tan solo llevo horas encerrado en este maldito
chiquero, y confieso que ya no me interesa saber si soy
culpable o inocente.
Ayúdame Señor... grito en voz alta , te pido padre mío que venga a
socorrerme, ven pronto porque ya siento un raro ajetreo entre mis huesos
y el dolor que llevo dentro es tan intenso que a veces presiento que
mis días están por terminar.
Y es que cada hora que pasa,
a mi boca llega la desesperanza, tal vez es por qué no tengo con
quien compartir mis penas.
Para no enloquecer, me
entretengo contando los barrotes de mi celda, y desde mi frío callejón
platico con el único amigo que tengo. El lucero que da luz a la mañana.
A él le hablo sin temores, le cuento de ella, y le digo cada una de
mis cosas; y hasta le leo algunas cartas de las tantas que traje conmigo.
Y afuera... en el patio del penal se oyen gritos y estos se confunden con
los pasos alargados del vigía, al rato se escucha el rechinar impaciente de sus
llaves, y se oye el ronquido de los goznes de una puerta que se abre, o
quizás de una que sé cerró eternamente.
A fuera, el viejo grillo me entretiene con su alegre cantar,
hay veces que le suplico para que deje ese canto, luego me arrepiento
por que nadie mas que él alegra mi despertar.
Al día siguiente, muy de mañana las puertas se abren, el sol va penetrando lentamente y va
llenando de luz cada sendero del penal, y yo empiezo a llenarme de una
nueva esperanza.
Salgo hasta afuera,
titiritando de frío, aun así me queda tiempo para pensar en ella y para
darle gracias al divino redentor.
A el le confieso que la amo,
le digo que presiento que hoy estará conmigo.
Le comento que anoche la
vi dormida junto a mí, y que de tanto poseerla me olvidé
hasta de pensar en mi libertad.
De pronto, veo frente a mí
muchos rostros entristecidos.
¿Son reos al igual que
yo?
Hombres que una vez fueron más
que hombres.
Algunos, con los ojos
trasnochados clavan en mi rostro sus miradas, y yo con algo de miedo le
extiendo mis manos para humedecerla con el agua del rocío que trajo la mañana.
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